FAMILIA - LA HERENCIA DEL MAYOR BIEN

Sad schoolboy standing in park among yellow trees


LA HERENCIA DEL MAYOR BIEN

Qué podemos dejar en herencia a los hijos. En definitiva creo que sólo dos cosas: bienes materiales y un bien intangible, un sentido de la vida, no creo que les dejemos mucho más. Creo más sensato hablar sobre el sentido de la vida que podamos dejarles en herencia. Al respecto debo acotar, y quisiera hacerlo con la mayor inteligencia posible, que tal sentido de la vida ni siquiera se lo dejamos nosotros sino que ellos lo van construyendo con su propia vida; aún así, no dudemos que en esa construcción más de un ladrillo habremos puesto a su disposición para que ellos mismos decidieran usarlo o no, aporte que habremos hecho de manera consciente o quizá con nula conciencia. Cuánto más conscientes, de más calidad el ladrillo.


El sentido de la vida, como todo camino exige estar atento a él o lo perdemos; nos ha pasado y nos pasa constantemente, tanto cuando conducimos un vehículo, por ejemplo, así como en cada instancia de la vida, como cuando discutimos con la esposa, ejemplo más complicado y hasta peligroso, ustedes saben. Todos le damos un sentido a nuestra vida y en él andamos hacia determinado destino, pero hemos visto que muchos no tienen claro a qué puerto van o quieren ir. Resulta evidente que para poner los ladrillos en su sitio necesitamos del apropiado instrumento y utilizarlo de manera adecuada. Este instrumento son en principio los padres y luego los mismos hijos.


Uno de esos ladrillos que pondremos a su disposición, el más importante, es más que un ladrillo, se trata mas bien de una roca sobre la que asentar la construcción del edificio de su vida, me refiero al examen de conciencia. No les dejaremos nada más valioso y útil que ésto. Quién se revise todos los días para ver si el barco va bien orientado al puerto convenido estará actuando de manera muy práctica y sensata; es como lo que hacen comerciantes, entrenadores, etc. Hacer examen de conciencia es un acto virtuoso, por tanto un acto que busca mantenerse en el camino del bien, pero es el acto rector, es decir, el acto que busca mantener los demás actos en el curso señalado por uno mismo intentando cumplir con el sentido que la vida exige a cada quién.


Cuándo comenzar a dejar en manos de los hijos esta herencia, pues, desde muy temprano. Mientras más temprano mejor. A un niño de cuatro años se le comienza a hacer relevante su conciencia cuando un domingo se le pregunta “con qué te gustaría desayunar” y si le han educado, no simplemente instruido, haciendo gala del uso incipiente de su libertad e inteligencia, preguntará “qué opciones tengo”. Acciones paralelas aprovechadas por los padres le habrán ido formando para poder hacer preguntas como esa, por ejemplo, a la hora de jugar con sus mil quinientos juguetes –quizá exagero, pero algunos padres damos a los hijos “demasiadas” cosas– deba decidir escoger uno o dos con los que jugar ese día hasta sacarles el jugo y luego dejarlos en el sitio que él mismo haya establecido para guardarlos, por supuesto, dentro de las opciones pertinentes.


Ya más grandes, a los siete u ocho años, el niño sabrá que el examen de conciencia es un rato muy corto, de uno o dos minutos, dedicado a deliberar sobre el día de su vida que ha transcurrido y sobre cuántos ladrillos ha colocado bien y oportunamente, y cuántos no. A esa edad el asunto se resume a revisar tres ámbitos, a saber, cómo han tratado a sus familiares, amigos y compañeros; cuánto han ayudado en casa y, por último, cómo han atendido sus estudios. Hablando de trato y atención, los padres tendrían que considerar que el examen de conciencia podría ponerles ante la realidad que todo y a todos trata y atiende, Dios. De acuerdo a esto, los padres decidirán si para generar esta costumbre o herencia se basarán en que la conciencia es el sitio donde el hombre se encuentra con Dios, o si, muy alejada de esta profunda noción, los padres tratarán el asunto como sólo conveniente introspección psicológica. La diferencia entre una y otra noción es enorme y  de mayúscula diferencia los resultados. En todo caso, lo que debería pasar es que los hijos aprendan a realizar algún tipo de evaluación de su día, diferenciando lo bueno de lo malo, resaltando en primera instancia lo bueno que han hecho. En el presente escrito estamos tratando del examen de conciencia que se hace ante un Padre, Dios, que es infinitamente justo, sí, pero también infinitamente sabio y misericordioso, por tanto, amigo y consejero.


Para aprender a realizar un buen examen de conciencia, los padres ayudarán a los hijos a descubrir esa particular actitud o tendencia personal que deben trabajar para mejorarla y que deberán revisar todos los días sabiendo que sólo aquello que se evalúa se mejora. Así los padres también crecerán porque estarán ejerciendo una paternidad profundamente responsable. Es así como se darán explicaciones que hagan pensar a los hijos –un arte sin duda– y se les ayudará a establecer propósitos y planes para fortalecer virtudes como: orden, responsabilidad, justicia, generosidad y amistad. Además aprenderán a revisar el resto de sus acciones en función de aquellos tres ámbitos. 


El examen de conciencia es un caminar con los hijos hasta que se sientan libres y seguros, muy libres, incluso respecto de nosotros mismos como padres. Con esta inteligente y humana herramienta veremos que por mucho que sea lo material que les dejemos en herencia, lo trabajaran con responsabilidad y humildad; y que siendo poco o nada lo material que les dejemos también sabrán salir adelante con alegría y firmeza, sobre todo si en ambos casos hubiesen tenido la oportunidad de reconocerse como hijos de Dios, muy amados, a través del examen de conciencia. Con este examen, los bienes de todo tipo habrán servido como instrumentos para enrumbar la vida en su más humano sentido.


ÁNGEL MONTIEL CRISTALINO

Maracaibo, 15 de agosto de 2020


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