FAMILIA PERFECTA - EL PODER DEL MATRIMONIO



EL PODER DEL MATRIMONIO


Si la familia es la célula fundamental de la sociedad cabe preguntarse ¿sobre qué se asienta semejante propósito y responsabilidad o qué firmeza y poder debe tener el fundamento sobre el que descansa tan imprescindible elemento de la sociedad? El poder y la firmeza lo dan un hombre y una mujer que hacen exclusiva y amorosa alianza asumida libremente para un empoderamiento mutuo que sólo termina con la muerte, que tiene como propósito cuidar de cada persona en la familia y así de la sociedad. Este compromiso tiene su posibilidad en una condición del todo natural que nos alienta a dar “el paso”; dulce e inmensa condición que de alguna manera deja ver que de verdad estamos hechos para la fidelidad. Mayor fidelidad que ésta sólo la de Dios y de quiénes a ÉL se ofrecen sin alguien de por medio.


Esa integradora capacidad de amar conlleva al matrimonio y a los hijos, a la familia. Es verdad, debe reconocerse que en la fundación de una familia, como en toda posibilidad de relación humana, hay de por medio misterio, el matrimonio tiene algo de misterio y la vida misma de los hijos que se generan también. Veamos la sola indisolubilidad del matrimonio, que es ciertamente deseada íntimamente aunque no se aprecie con toda claridad cómo será. Pero se sabe posible y se intuye que sí hace de dos “una sola carne”. En este misterio confiamos y sabemos que está allí esperando que hombre y mujer lo hagan vida. 


Entonces la familia se funda sobre una sólida esperanza. Una esperanza es algo que está por cumplirse o por hacerse cumplir; es como si fuera un corazón que se encuentra latiendo en lo profundo de nuestra creada naturaleza enviando torrentes de inexplicable confianza. Algo parecido sucede a un excursionista que se destina a subir una montaña contando solo con su corazón y sus dos piernas, que los considera suficiente condición natural para emprender. Corazón, oferta preexistente; piernas, un hombre y una mujer creando armonía que asciende. En resumen, con el mutuo y libre consentimiento es con lo que se funda un hogar. Así llega a ser el matrimonio órgano generador de la familia. 


Órgano, aquella entidad que por su función contribuye a un orden en función de un fin bueno y feliz; de armonía y belleza. Me refiero al matrimonio como órgano en función de la ejecución de su designio, el cual conocemos de manera más o menos consciente; se trata del logro de una realidad personal y social muy superior que sirve a todos. Así que me sentiría bastante satisfecho si pensaran en la organicidad matrimonial como la de una coral, que es un conjunto compuesto por hombres y mujeres dispuestos a expresar de la mejor manera su potencial musical con el fin de deleitar nuestros sentidos, nuestra alma, todo nuestro ser.  El hombre y la mujer en el matrimonio, se unen para dar cabida a la posibilidad de crear vida, recrearse en la vida y esto lograrlo en su mejor versión. 


Para recrearse hasta la mejor versión y dar vida a buenas gentes, una virtud hace falta desarrollar: la comprensión, que es un dinámico y exigente ejercicio de virtud para relacionarse con el otro y sus circunstancias con el fin de acrecentar la persona de ambos. No hablo de simple empatía, que es ponerse en lugar del otro para alegrarse o sufrir con él o ella; se trata más bien de conocer al otro para ayudarle a seguir adelante juntos para su beneficio; sobre todo significa querer conocer antes de opinar y mucho más antes de enjuiciar. 


Es así como se quiere conocer al otro para saber por qué actúa de tal manera: con alegría o con tristeza, o incluso con miedo y agresión. Para lograr esto se requiere de un trato muy respetuoso, interesado en su crecimiento y felicidad. Tratar con respeto a alguien es saber relacionarse con su manera de ser, es querer que siga allí siendo tal como es mientras se da tiempo de crear una visión de cómo ser mejor, sin pretender imponerle esta mejor manera de ser; es conocer al otro tal como es, no para cambiarlo a los intereses propios sino para ayudarle a apuntalarse en sus bondades, que son las que dan propiamente el ser, y saber llevar sus defecto con esperanza de mejora. Pero la comprensión requiere de comunicación apacible, confiable, en fin, requiere de intimidad, de escucha inteligente, o sea, de la búsqueda de la verdad que beneficia al cónyuge.


Las fibras más finas, poderosas y variadas de la persona podrían alcanzarse en el matrimonio y es mediante ese pacto definitivo que esas fibras pueden ser conformadas en una versión cada vez más propia del ser humano. De ninguna otra manera y en ninguna otra relación entre los sexos puede lograrse; intentarlo sería un desperdicio y un mal en sí mismo. El magnífico carácter formador del matrimonio sólo él lo tiene y que bueno sería disponernos a aprovecharlo cabalmente. Quizá pensando en la portentosa unión en matrimonio, San Josemaría Escrivá de Balaguer decía que bendecía el matrimonio sólo con dos manos porque no tenía cuatro. Santo éste que por saber mantener los pies firmemente apoyados en la tierra y la cabeza en el cielo amaba al mundo apasionadamente y así llegaba a reconocer el inconmensurable valor del matrimonio. Con cuánta claridad veía que esta maravillosa unión entre un hombre y una mujer era excelente medio de personalización, incluso de santificación, tema del que hablaremos. 



ÁNGEL MONTIEL CRISTALINO

Maracaibo, 05 de agosto de 2020


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